El buque encalló profundamente en las arenas, de
manera que solo nos quedaba tratar de salvar la vida de cualquier manera...
Once embarcamos en un bote... Una ola gigantesca cayó sobre el bote con tal
violencia, que se dio vuelta en un instante... Nadé hacia adelante con todas
mis fuerzas... Fui el único que consiguió pisar tierra, empapado, sin ropa para
cambiarme y nada que comer y beber; sólo tenía un cuchillo, una pipa y un poco
de tabaco en una cajita... Todo lo que se me ocurrió fue treparme a un frondoso
árbol, y allí me propuse estarme la noche entera y decidir, a la mañana
siguiente, cuál sería mi muerte.
Anduve primero en busca de agua dulce. Después de
beber y mascar tabaco trepé a mi árbol, tratando de hallar una posición de la
cual no me cayera si el sueño me vencía. Había cortado un sólido garrote para
defenderme.
Al otro día no había huellas del temporal. La marea había zafado al barco y
lo había traído hacia las rocas... Poco después de mediodía el mar se puso como
un espejo y la marea bajó tanto que pude acercarme a un cuarto de milla del
barco (ya entonces sentía renovarse mi desesperación al comprender que si nos
hubiésemos quedado a bordo estaríamos a salvo y en tierra)... Nadé hasta el
barco.
Las provisiones de a bordo no habían sufrido absolutamente nada; pude
satisfacer mi gran apetito, llenándome además los bolsillos de galleta. Bebí un
buen trago de ron para fortalecerme ante la tarea que me esperaba... [Armó una
balsa, con elementos que encontró en el barco]... Se presentaba el problema de
elegir lo indispensable y al mismo tiempo preservarlo de los golpes del mar [eligió comida, herramientas, armas].
Mi próxima tarea fue la de reconocer el lugar, en busca de un sitio adecuado
para instalarme y almacenar mis efectos con toda seguridad... En la isla había
aves; me pregunté si su carne sería o no comestible.
Se me ocurrió que aún podría sacar muchas cosas útiles del barco, y me
decidí a hacer otro viaje a bordo... Hallé 2 o 3 cajas de clavos y tornillos,
un gran barreno, 1 o 2 docenas de hachuelas, y lo más precioso de todo, una
piedra de afilar... Seguí yendo diariamente al barco, aprovechando la marea
baja... Lo que más me alegró en aquellos viajes es que después de estar 5 o 6
veces, y cuando ya no esperaba encontrar nada que valiera la pena mover de su
sitio, seguía descubriendo cosas que me servían... En la cabina del capitán
hallé una caja con 36 libras esterlinas en monedas europeas, brasileñas y
algunas piezas de oro y plata. Sonreí a la vista de aquel dinero. ¿Para qué me
sirves?', exclamé... Pero luego lo pensé mejor y tomé el dinero.
Mis pensamientos estaban ahora consagrados a encontrar los medios de
asegurarme contra los salvajes y las bestias que pudiera haber en la isla...
Calculé aquello que necesitaba en forma indispensable: en primer lugar agua
dulce y aire saludable; luego abrigo y seguridad; finalmente, que si Dios me
enviaba algún barco por las cercanías, no perdiera yo esa oportunidad de
salvarme.
En el barco encontré plumas, tinta y papel, e hice lo indecible por
economizarlos; mientras duró la tinta pude llevar una crónica muy exacta, pero
cuando se terminó me hallé imposibilitado de continuarla, ya que no pude hacer
tinta a pesar de todo lo que probé. Esto vino a demostrarme que necesitaba
muchas cosas fuera de las que había acumulado. Habiendo conseguido acostumbrar
un poco mi espíritu a su actual condición y abandonando la costumbre de mirar
al mar por si divisaba algún navío, me apliqué desde entonces a organizar mi
vida y a hacerla lo más confortable posible... Fabriqué una mesa y una silla.
lunes, 28 de octubre de 2013
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